El poeta que va a hacer un poema (lo sé por experiencia propia) tiene la sensación vaga de que va a una cacería nocturna en un bosque lejanísimo.
Federico García Lorca.
De pueblo en pueblo, y con la verdad a cuestas, viajaban los magos, alquimistas y antiguos prestidigitadores de la Edad Media mostrando al mundo los nuevos adelantos de la ciencia, las ignoradas evocaciones del arte, la maravilla de los metales transformados en utensilios que hacían más cómoda la vida, la ilusión de ver y comprender la energía, las herramientas para ver más lejos, la revelación de los astros, las predicciones y los hechizos fabricados por un arte mágico que teñía de misticismo al hacedor de tales actos. El misticismo solía ser una especie de escalera para llegar a dios, o a la verdad, o a la esencia de las cosas encriptadas en la res extensa, un estado sublime del ser que antecede el concepto y la idea por sobre la forma y el objeto. En esa afortunada aleación de arte-magia-mística se procuraba el fabuloso evento de asistir y presenciar con propios ojos las ajenas representaciones de una verdad artificial; una verdad simulada, tan extraña y apartada de las cosas que acaecen ordinariamente, que prestaba, a quienes la portaban, una condición superior sobre los individuos comunes. Lo nunca antes revelado, ofrecer las cosas nunca dichas, o vistas o soñadas, reconfortaba al espíritu con la sensación de acercarse a un conocimiento ignorado, un tópico luego frecuentado por los poetas renacentistas que intentaba motivar a los oyentes para allegarse a las nuevas propuestas artísticas. Curtius nos recuerda que la fórmula “ofrecer lo nunca antes dicho” es propio de la tópica del exordio, una pretensión de originalidad que reelabora el Renacimiento. En la antigüedad aparece como el rechazo de los temas trillados y el autor promete que lo que narrará es totalmente original y nuevo.[1]
Con ese mismo exordio, las artes visuales presentaron lo nunca antes visto de una manera extraordinaria conjugando la luz y la sombra para apreciar la ilusión del volumen, dominaron la perspectiva de manera impresionante simulando la realidad y poniendo ante los ojos la confusión entre el signo y su significante, no sólo para mostrar el mundo tal como es, sino para alcanzar un ideal de lo que el mundo debiera ser:
Mas allá de la mesura clásica, de la fidelidad al modelo y a la naturaleza, el arte se libera de preocupaciones morales e históricas, y siente, sobre todo, la fiebre del ingenio, la avidez por descubrir y desarrollar aspectos inéditos que causen estupor, presentándose como un arte, si no más perfecto, sí más experto, más agudo y más hábil.[2]
El artista se convierte en hechicero, un alquimista que combina todas las posibilidades poéticas para representar el nuevo orden del mundo, siempre desconocido, que viene a profetizar las postreras ocurrencias del arte y sensaciones diferentes a las conocidas. El artista se adelanta a su tiempo para proponer nuevas formas de nombrar el arte, para la propia evolución de arte.
Propiciar cambios de rumbo-comenta Juanes-, romper hábitos, inventar, aportar nuevas ideas será lo que distinga, al menos desde el Renacimiento, al artista cabal del mero oficiante artesanal.[3] El letargo en la creación no es conveniente para el progreso espiritual y del pensamiento. Así lo comprendieron también los artistas modernos, que en una suerte de escapismo, reformularon la idea clásica de la belleza en una intención intelectual renovada y vanguardista.
En el Modernismo, la negación de seguir siendo abrió las fronteras del discurso artístico contemporáneo; dos conceptos difíciles de aprehender:
La primera dificultad a que nos enfrentamos es al carácter elusivo y cambiante de la palabra: lo moderno es por naturaleza transitorio y lo contemporáneo es una cualidad que se desvanece apenas la nombramos.[4]
A pesar de la evanescencia del término, lo contemporáneo suele ser por naturaleza cambiante y efímero, en ello radica su capacidad de mostrarnos lo nuevo y extraordinario a cada instante. El arte contemporáneo se esfuerza en un ir a buscar algo y traerlo a los ojos de los otros, rebasando el tiempo, para provocar intencionalmente discusiones enriquecedoras en torno al hecho estético.
Así, periódicamente, la obra siempre se configura en el presente, un estado de ser que persiste a la idea del tiempo y que el esteta enjuicia dentro de una circunstancia pasada (la obra ya hecha, que ha sido creada con anterioridad), en cambio el artista se enfrenta cotidianamente a la mera posibilidad ulterior de ser (una obra que desconoce de antemano), la obra de arte es un complejo artificio de decisiones futuras que han de tomarse para lograr su existencia.
Igual que la idea de un alquimista vidente, que renueva los significados en el tiempo, también el artista va de cacería: sale de un estado de comodidad en busca de una presa, por lejana que se encuentre, para alimentar la frescura del arte.
Magritte, por poner un ejemplo, sale de cacería, a través del tiempo, en un bosque profundo y lejanísimo para traer evidencia de que el arte no ha muerto. “En esta perspectiva- Almansi-, Magritte se convierte para Focault en el poeta por excelencia. El cazador de similitudes perdidas, pariente cercano del loco que escucha inescuchado el ruido analógico de las cosas”.[5]
Una cacería cruenta por la supervivencia, los cambios en los gestos y expresiones de las propuestas artísticas no son un mero capricho del genio creador, resultan, más bien, una necesidad de exploración para no sucumbir en el tiempo.
Las nuevas artes, tan resucitadas y vueltas a fallecer, mantienen el misticismo mágico de ayer, un espíritu de búsqueda innovador, salir a la caza de las respuestas a las interrogantes que aun no nos hemos planteado. Lo nunca antes visto, ni oído, ni escuchado, es el lugar común que mantiene vivo el espíritu fascinante de las artes visuales contemporáneas.
Daniel Gutiérrez, León Guanajuato, 30 de mayo de 2010.
BIBLIOGRAFÍA
Foucault, Michel. “Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte”, ANAGRAMA. Barcelona 2004.
Paz, Octavio, La otra voz, poesía y fin de siglo, Seix Barral, Barcelona, 1990.
Juanes, Jorge, Más allá del arte conceptual. CONACULTA, México, 2002.
Plazaola, Juan, Introducción a la estética, Historia, teoría, textos. Universidad de Deusto, Bilbao, 1999.
Curtius, Ernest Robert, Literatura europea y edad media latina, FCE, México, 1999.
[1] Curtius, Ernest Robert, Literatura europea y edad media latina, FCE, México, 1999.
[2] Plazaola, Juan, Introducción a la estética, Historia, teoría, textos. Universidad de Deusto, Bilbao, 1999.
[3] Juanes, Jorge, Más allá del arte conceptual. CONACULTA, México, 2002.
[4] Paz, Octavio, La otra voz, poesía y fin de siglo, Seix Barral, Barcelona, 1990.
[5] Almansi, Guido, en el prólogo a “Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte”, Foucault, Michel. ANAGRAMA. Barcelona 2004.
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